La exposición continua al humo, en el trabajo o en labores domésticas, altera las funciones biológicas.
El humo proviene de diferentes factores ambientales. Por ejemplo, el olor a leña quemada. Aromática. Agradable. Siempre que se trate de un lugar ventilado, es un olor que se antoja. Una combustión que parece inofensiva. Es un humo que se asocia con la comida preparada a fuego lento. Es una escena casi de ensueño que pierde su encanto si el humo se encierra y se inhala constantemente.
Cuando el humo se queda “atrapado” en el interior de una casa puede alcanzar concentraciones peligrosas de contaminantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que 2.5 millones de muertes en el mundo están relacionadas con la contaminación intramuros. Principalmente, porque alrededor de 3 mil millones de personas usan dentro de sus casas estufas de leña para cocinar o para calentar su vivienda.
Las mujeres que cocinan con leña e inhalan constantemente ese humo —de 6 a 8 horas al día— son más propensas a desarrollar la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC). Su riesgo es tan alto como el de los fumadores y de los llamados fumadores pasivos, porque son casos en los que inhalan un humo que no se expulsa por completo. Dicho agente se acumula en los pulmones y reduce la capacidad del organismo para respirar.
Cualquier tipo de combustión genera partículas tan pequeñas que entran en los pulmones. Éstas se envían al torrente sanguíneo. Luego, se depositan en otros órganos del cuerpo.
En 1988, Michael Russell acuñó la frase: la nicotina causa adicción, pero el alquitrán es lo que mata.
Pionero en realizar estudios sobre cómo dejar el hábito de fumar. Russell, psiquiatra del Hospital Maudsley, al sur de Londres, se involucró en el desarrollo de alternativas para administrar nicotina masticada o en spray nasal.
Dedicó su vida a estudiar la dependencia al tabaco. También, los efectos de la combustión del tabaco en fumadores y no fumadores. Sus investigaciones son las precursoras para desarrollar los espacios libres de humo que buscan proteger la salud de los no fumadores.
Por su parte, el Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica del Reino Unido (NICE por sus siglas en inglés) publicó una investigación en 2014. De acuerdo con la institución, los compuestos tóxicos que se generan de la combustión del tabaco, distintos de la nicotina, son causa de enfermedades vinculadas al tabaquismo.
El proceso de combustión del tabaco implica temperaturas de hasta 900°C con la llama del encendedor.
El humo inhalado es de casi 30°C en boca y su estela de su humo va a 100°C. A esas temperaturas, se generan componentes secundarios diferentes a los que originalmente contiene el tabaco. Son más de 4 mil substancias químicas que se producen y se alojan en el cuerpo del fumador.
El análisis “Cómo llegar al punto final en la epidemia de tabaco” del investigador Hernán Doval es fundamental en el caso. El autor explica que la dependencia al tabaco está anclada en dos realidades. La primera, los humanos son susceptibles a la adicción a la nicotina. En segundo lugar, los cigarros son “la forma histórica más atractiva” para suministrar nicotina. En su artículo difundido por la Revista Argentina de Cardiología, en 2013, afirma que la adicción al cigarro tradicional es la que mayor daño provoca: 1 de cada 2 fumadores morirán de alguna enfermedad relacionada con la combustión del tabaco.
Actualmente, existe una vertiente para desarrollar productos con riesgo reducido a la salud de los fumadores. Son opciones sin combustión, con tecnología que permite entregar dosis de nicotina y ofrecer un camino distinto al consumo de cigarro tradicional.
Fuente: Animal Político
Vía Animal Político.